Se armó la fiesta grande en Tijuana
Se armó la fiesta grande en Tijuana.
Desde las primeras horas del día ya todos en la ciudad sabían que ese mismísimo día de muertos sería totalmente distinto a todos los anteriores en la ciudad, y todo por el muy peculiar hecho de que así nada más, toda la gente en Tijuana había muerto.
Pero no se trataba de un típico caso de pueblo fantasma que esperaba ser descubierto por un Juan Preciado, nada de eso, porque todos se habían convertido en calacas, vistiendo exactamente las mismas ropas que traían en vida, solo que con cero piel, cero órganos, cero carne en general.
En televisión todos los canales mexicanos estaban hablando de la pequeña ciudad y de la rara situación. En todo el país se cuestionaban el por qué había pasado algo así, y los reporteros locales, quienes también estaban hasta los huesos, salieron a averiguar lo que sucedía.
Fueron a preguntar a una señora en el Mercado Hidalgo, quien estaba ahí por urgencia comprando lo necesario para armar un altar de muertos de último momento:
“Yo solo vi una luz que atravesó el cielo, de ahí no recuerdo más, solo que me di un tremendo susto al ver calacas caminando en el bulevar”
Le preguntaron a unos mecánicos quienes seguían trabajando, dándose recesos de vez en cuando para tomarse una coca:
“Yo vi una luz también, y vi cómo mi compadre empezó a perder peso hasta quedar flaquísimo como calaca, todo chupado”
Preguntaron también a una niña que acompañaba a su mamá justo afuerita de su casa, las dos estaban tan confundidas como casi todos en la ciudad:
“Yo no vi la luz, estaba encerrada en mi cuarto cuando escuché a alguien gritar. Fui rápido a averiguar qué sucedía y lo único que vi fue a un esqueleto. Me empezó a regañar y así fue como me di cuenta que se trataba de mi mamá”
Los testimonios coincidían, verdaderamente había pasado una luz por el cielo. Se desconocía de dónde venía, o hacia dónde se dirigía, lo único que se supo fue que la luz cruzó la frontera. Y en cuestión de nada ya había calacas por todas partes en Tijuana y por todas partes en San Diego, apenas cruzando la frontera. Ninguna se estaba lamentando su situación, todas estaban disfrutando del momento.
Unas calacas aprovecharon para irse a bailar, y llenaron la pista de baile de Las Pulgas mientras bandas como Banda Botella Alterada y Compas de la Presa ambientaban con sus corridos. Otras calacas se fueron a celebrar a Playas de Tijuana, justo a un lado del muro fronterizo, con las calacas gringas. Otro grupo de calacas se puso a festejar en medio del tráfico de la 5 y 10, los taxistas, camioneros, estudiantes y todo tipo de calacas se pusieron a bailar. Era toda una mezcla de géneros, cumbias y pop de radio en un solo lugar.
En todo México se comenzó a tener la idea de que quizás al finalizar el día de muertos todos en Tijuana por fin conocerían a la verdadera muerte, todos pensaban que exactamente a la medianoche todos esos esqueletos caerían en seco…
Y así fue.
En el primer segundo del nuevo día todas las calacas perdieron vida, si es que esa oración tiene algo de sentido. Las que estaban bailando en Las Pulgas simplemente cayeron sin poder dar otro paso más en la pista de baile. Las que estaban en Playas también cayeron, junto a las calacas gringas. Las que estaban festejando en el tráfico de la 5 y 10 también cayeron. Ninguna calaca estaba de pie y todo estaba siendo transmitido a nivel nacional por los reporteros que venían de otros estados, los que no estuvieron presentes cuando la luz pasó sobre la ciudad.
En televisión nacional se repetía el mismo video grabado desde un helicóptero, donde había puros huesos sobre las calles y apenas se alcanzaba a escuchar algo de música a la distancia.
La verdad es que en todo el país se respiraba algo de envidia, envidia hacia Tijuana, algo que nadie nunca se hubiese imaginado teniendo en cuenta la situación de crímenes en los últimos 10 años. Todos sentían envidia porque en Tijuana hubo un ambiente de fiesta a pesar de que todos ya habían fallecido, se sintió un verdadero día de muertos en una pequeña esquina del país, tan alejada de tradiciones mexicanas.
Fue tan verdadero porque durante unas horas todos se olvidaron de todo, y simplemente festejaron.
Nadie nunca tiene el tiempo para pasarla tan bien como los muertos, quienes al menos una vez al año se dan el lujo de perderse entre los vivos, y a veces se lucen tanto que los mismísimos vivos se convierten en los verdaderos muertos.